Hace menos de un mes hablábamos de Uber y de los quebraderos de cabeza que estaba representando para el sector tradicional del taxi, un conglomerado de pequeñas empresas y autónomos no siempre bien representado y sujeto a un sinnúmero de restricciones y regulaciones, que Uber sencillamente obviaba en su planteamiento. Lo hacíamos al hilo de la prohibición y amenaza de multas con las que las autoridades pretendían detener el desarrollo de la empresa, y de la reacción inmediata de la Vicepresidenta de la Comisión Europea, Neelie Kroes, en contra de esas restricciones.
Ahora, a los problemas de los taxistas se une otro más: cualquier usuario que tenga instalada la aplicación de Uber en su smartphone se encontrará con que al abrir la versión recientemente actualizada de Google Maps y ver las opciones para un trayecto determinado, a las ya habituales de caminar, automóvil o transporte público, se une la de Uber, con la particularidad de que se puede solicitar directamente y en un solo clic desde dentro de la aplicación que un conductor te recoja.
La cuestión no deja de tener su ironía: si estás planificando un desplazamiento con la aplicación más implantada para ello, Google Maps, te encontrarás con que esa aplicación te ofrece directamente la posibilidad de que hagas ese desplazamiento con Uber, pero no de que llames a un taxi. La proliferación de apps para gestionar desplazamientos en taxi ha sido imparable: si abro Google Play puedo encontrarme más de cien, incluyendo algunas con un nivel de popularidad importante como Cabify, MyTaxi, Hailo, y toda una pléyade de otras más pequeñas, locales o de todo tipo, a las que un número importante de taxistas se han unido con entusiasmo. Pero si estoy utilizando Google Maps, lo que se me ofrece no es una conexión con ninguna de estas apps, aunque la tenga instalada, sino con Uber.
Cuidado con el movimiento: podemos argumentar que la gran mayoría de servicios de taxi aún se solicitan levantando la mano en medio de la calle o llamando por teléfono, pero esto no implica que en el futuro vaya a seguir siendo así: el fuerte crecimiento y popularización de las apps para gestionar desplazamientos en taxi o de la propia Uber así lo demuestran. Nos enfrentamos a toda una nueva generación de clientes que parecen primar la predictibilidad, la facilidad en el medio de pago y la libertad en la elección de determinados criterios frente a los mecanismos tradicionales, por mucho que estos aún puedan seguir siendo mayoritarios. No hablamos de usuarios frikies, hablamos de tendencias.
¿A qué se debe este privilegio de interconexión automática de sus usuarios que Google entrega a Uber? La respuesta es muy sencilla: protección de su inversión. Google, a través de Google Ventures, su subsidiaria de inversión en nuevos proyectos, participa directamente en Uber: de hecho, la inversión de $258 millones que llevó a cabo en agosto de 2013 fue la más grande efectuada por la compañía en su corta historia. Visto así, la decisión de incorporar la posibilidad a Google Maps pasa a tener todo el sentido: estás usando un producto de Google para planificar tu desplazamiento, te sugiero otro producto en el que Google tiene intereses para que lo lleves a cabo.
Pero la lógica empresarial no siempre es la misma que la lógica mental de quien sufre un proceso de disrupción: tras haber superado una serie de pruebas, invertido una elevada cantidad de dinero en conceptos de licencias, equipación, etc., y aceptado una serie de requisitos para llevar a cabo un oficio determinado, tienes que aceptar que el smartphone que más clientes llevan en el bolsillo, a través de la aplicación de mapas más utilizada, proponga a esos clientes potenciales de tu taxi que llamen a un tercero que en ningún momento ha tenido que pasar por esos requisitos. Un tercero, además, cuya presencia estás viendo crecer a gran velocidad.
¿Cómo se responde a un movimiento como ese? Si la respuesta es plantear movilizaciones y huelgas que paralicen ciudades y molesten a los ciudadanos, me temo que lo único que conseguirán los taxistas es invertir en impopularidad. El usuario quiere más opciones, no menos, aunque esas opciones rompan con algunas de las reglas que tradicionalmente regían en una industria. Las reglas podrán demostrarse justas o injustas, adecuadas o inadecuadas… pero lo que el usuario finalmente ve son las opciones que tiene disponibles, y el intento de restringírselas tiende a generar escasa empatía, incluso cuando lo que se pone encima de la mesa son normas teóricamente planteadas para protegerlo. ¿Se debe proteger a un ciudadano que parece reclamar, después de todo, que no restrinjan sus opciones y que, básicamente, “no le protejan tanto”?
Lo que realmente se plantea, como en todo proceso de disrupción, es hasta qué punto la actividad tradicional es capaz de plantear un servicio competitivo con respecto al que la plantea. A partir de ahí, el cliente votará con su bolsillo en función de las opciones disponibles y de la importancia que quiera libremente asignar a criterios de todo tipo: coste, seguridad, comodidad, garantías, popularidad, etc.
Es en la gestión y valoración de esos criterios donde Google pretende influir: según Google Maps, ahora, para ir de un sitio a otro, puedes ir a pie, en transporte público, en bicicleta… o con Uber. El taxi de toda la vida, para Google, ya no existe.
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