El culebrón que Facebook está viviendo a cuenta de la oferta de acciones hecha por Goldman Sachs a sus clientes es para reflexionar. Facebook es, a día de hoy, la propiedad más visitada en la red. Su nombre y sus seiscientos millones de usuarios inspiran un enorme potencial y valoraciones que exceden los límites del sentido común.
Para Goldman Sachs, obtener un paquete accionarial importante y poder distribuirlo entre sus clientes es, indudablemente, un gran triunfo: por un lado, se posiciona como una empresa capaz de ofrecer inversiones con elevadas perspectivas de rentabilidad en un momento de mercado triste, gris y con pocas alternativas. Y por otro, se acerca a la compañía y se posiciona como el banco de inversión de cabecera para manejar una salida a bolsa que tendrá lugar más pronto que tarde.
Sin embargo, suponer que la inversión de cuatrocientos cincuenta millones realizada por Goldman Sachs en Facebook es directamente extrapolable al total del porcentaje accionarial para obtener una valoración total superior a los cincuenta mil millones es, posiblemente, mucho suponer. No porque Facebook no pueda llegar a valerlos, que indudablemente es una gran empresa con un elevadísimo potencial, sino porque las cifras de facturación y beneficios de Facebook hoy obligarían a multiplicadores situados fuera de los límites de la razón (en ese sentido ya me pronuncié anteriormente). Si Goldman Sachs paga ese dinero por ese porcentaje es porque sabe que puede revenderlo ganando una plusvalía y una comisión a clientes dispuestos a invertir el mínimo de dos millones de dólares que pide. Y si esos clientes pagan esas cantidades, es porque tienen una estimación de la fecha de salida a bolsa de la compañía y la expectativa de que un nuevo grupo de inversores querrá pagar cantidades mayores por esas acciones llegado ese momento, ni más ni menos. No es una valoración, una valoración es otra cosa: se trata de un mero juego de entrada y salida de capital de la compañía en función de las circunstancias.
En ese juego, las circunstancias vienen muy determinadas por las expectativas sobre el valor de la compañía, y sobre la información que se maneje de ella. Para evitar dar información pública y manejar bien ese tempo, Goldman Sachs diseñó un complejo juego – truco, diríamos, o “special investment vehicle” – destinado a evitar la norma de la SEC que obliga a las compañías a proporcionar información pública si su número de accionistas supera los quinientos. La jugada le salía impresionantemente bien: informaba a sus clientes, y podía crear demanda para las acciones. Pretendía obtener mil quinientos millones por las acciones de Facebook, y tenía ya peticiones de clientes por encima de los siete mil. ¿Problema? La fortísima atención mediática generada por dicha oferta ha desencadenado que la SEC amenace con considerar la oferta como de facto pública: aunque Goldman Sachs no haya dicho nada públicamente al respecto, la ley norteamericana prohibe, para proteger al inversor, la publicidad y la oferta de inversiones privadas, y la intensa atención mediática puede llegar a considerarse en cierto sentido un modo de publicidad que atrae clientes a dicha inversión.
Al final, Goldman Sachs se ha visto obligada a excluir de la oferta a los inversores norteamericanos y centrarla en inversores extranjeros no protegidos por la norma de la SEC. Algo que, aunque no dificultará su objetivo de colocar bien las acciones (la banca siempre gana), le provocará no pocos dolores de cabeza en sus relaciones con sus clientes del país. Los inversores norteamericanos solo podrán invertir en Facebook si la compañía sale públicamente al mercado. En un mundo en el que la información fluye libremente, vivir de la asimetría en el manejo de información se vuelve necesariamente más complejo…
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.