“El adversario es otro“, artículo de la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, en El País de hoy. Con título de apariencia conciliadora, pero que está indudablemente llamado a ser polémico: para mí, estamos un poco en lo mismo de siempre, en las mismas desgastadas premisas que impiden un diálogo de verdad fructífero en este tema.
El adversario aquí, señora ministra, es precisamente ese: los errores de concepto. El problema para mí como usuario de la red es pretender discutir con alguien que, antes ya de sentarse, asume que para mí los enemigos son lo que usted llama “la gente de la cultura”. No es así, ni lo ha sido en momento alguno. El enemigo para los usuarios de la red no son los creadores, conjunto en el cual muchos directamente nos consideramos, sino la industria cultural. Los únicos casos en los que los autocalificados como “representantes de la cultura” se convierten en enemigos es cuando, por las razones que sean entre las que sin duda se encuentra el llamado “síndrome de Estocolmo”, asumen ciegamente las posiciones de la industria cultural y se dedican, con actitudes de auténtico kamikaze, a insultar a los ciudadanos.
Los “creadores”, señora ministra, no son nuestros enemigos. Primero, porque muchos lo somos, aunque estemos muy lejos de estar representados por absurdas “Coaliciones de Creadores” que son en realidad coaliciones de empresas intermediarias neoluditas que se oponen al progreso. Con los creadores, señora ministra, no nos cuesta nada entendernos, porque compartimos fines comunes. Queremos que el creador pueda vivir de su obra – aunque eso no sea un derecho, como no lo tiene el panadero a vivir de sus panes si hace un pan muy malo o que sus clientes no aprecian, sino algo que el mercado concede a quienes se lo ganan. Queremos que el creador sea remunerado por todo uso que se haga de su obra con ánimo de lucro. Y preferentemente, que sea remunerado de una manera que permita que la parte del león se la lleve precisamente ese creador, y no una industria predadora e intermediaria que le deja las sobras en forma de números de un solo dígito mientras lo justifica con fantasmas e ineficiencias. No, el creador no es nuestro enemigo ni lo ha sido nunca. De hecho, a aquellos creadores que se dan cuenta de ello, que entienden la nueva estructura del mercado y usan la red para estar más cerca de los ciudadanos y para proporcionar a éstos razones para comprar sus productos, les va bastante, bastante bien.
El enemigo, señora ministra, es la industria cultural que, y perdóneme que se lo diga de forma cruda, usted representa. La industria cultural que la puso a usted ahí. La industria cultural que, como bien reveló WikiLeaks, influencia sus decisiones. La industria cultural que trata a los consumidores como a imbéciles sin criterio. La industria cultural que usted no ha parado de favorecer desde que llegó al ministerio incrementando las cuantías de las subvenciones. La industria cultural que ha hecho que a usted no se la conozca como “ministra de Cultura”, sino como “ministra de Industrias Culturales”, o incluso directamente como la “ministra de EGEDA”.
Una ministra que asume directamente y da por buenos clichés que hablan de una generación hastiada, de usuarios de la red disfuncionales y con vidas insatisfechas, afectados por un aparente desánimo proveniente de todo tipo de crisis, que se sumergen en la red para evadirse de su triste realidad… Ministra, no me reconozco, ni reconozco en el tono de su artículo a ninguno de mis amigos que usan la red habitualmente. Mientras no sea usted capaz de asumir que en la red hay mayoritariamente ciudadanos normales y corrientes, personas que no tienen un problema – tiene muchos, pero no están todos condicionados por ellos ni todos en la mismo sentido – y sobre todo, personas con una enorme pluralidad, como no podía ser de otra manera, mientras siga viendo a los ciudadanos que utilizan la red como “bichos raros sujetos a algún tipo de patología”, las cosas van a seguir poniéndosele muy, muy difíciles. Los “raros”, señora ministra, no somos los ciudadanos que usamos la red, que somos ya más de la mitad de los ciudadanos españoles, sino los trogloditas con los que usted se reúne, los que se niegan tercamente a aceptar los efectos que la red trae consigo. Los que pretenden preservar sus negocios sin adaptarse a la red a base de restringir las libertades fundamentales de los ciudadanos. Los que pretenden o quieren pretender que una ley va a servir para detener o restringir un comportamiento asentado e imparable, que únicamente se podría evitar mediante el planteamiento de alternativas que el mercado considerase positivas – y seguramente, no viniendo de los mismos que se han dedicado a alienar innecesariamente a ese mercado con insultos e improperios. Las sociedades de gestión pueden decir lo que quieran a día de hoy, pero pasará al menos una generación antes de que el mercado acepte nada que venga con su nombre, su sello o su presencia.
Efectivamente, el adversario es otro. El adversario es un ministerio que no defiende en modo alguno al creador, sino a aquel que una vez hace años fue dueño de un recurso escaso que permitía al creador comercializar su obra. El impresor, la discográfica, la distribuidora, todos aquellos que durante muchos años resultaron fundamentales para que el creador pudiese encapsular su obra y hacerla llegar a su público. El adversario son las entidades de gestión que, a pesar de haber sido denunciadas por la Comisión nacional de la Competencia como ejecutoras de un monopolio nocivo para artistas y ciudadanos, siguen teniendo un papel cada día más reforzado. Los adversarios son todos aquellos que han visto su papel reducido, eliminado o como mínimo redefinido por la llegada de la red y que, lejos de asumirlo, pretenden enfrentarse a ello como si un dinosaurio pudiese enfrentarse a la glaciación y ganar simplemente maldiciéndola. El adversario, señora ministra, es usted.
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