El curso “Introduction to artificial intelligence“ impartido en el entorno de la Stanford University por Sebastian Thrun y Peter Norvig y que gestionó la participación de ciento sesenta mil estudiantes de todo el mundo ha despertado mucha atención en torno al concepto MOOC, o Massive Open Online Course: metodologías de enseñanza online gratuitas basadas en la colaboración de los participantes en las que se estructura de manera laxa la participación con el fin de obtener una experiencia de aprendizaje participativo. El artículo vinculado del NYT y la definición del término en Wikipedia, así como el vídeo que reproduzco más adelante no están puestos por casualidad: me parecen muy buenos puntos de arranque para alcanzar una familiaridad básica con el concepto MOOC.
El interés, lógicamente, proviene del hecho de que sean ya las universidades con fuerte componente de reputación y tradicionalmente muy selectivas en la admisión – en términos de requisitos y de coste de la matrícula – las que se lanzan a experimentar con el concepto. Metodológicamente, la idea lleva mucho tiempo en pruebas, y responde al desarrollo y popularización de herramientas sencillas de colaboración en la red, únicamente elevado a una gestión masiva. El concepto por el momento está resultando muy atractivo a estudiantes de fuera de los Estados Unidos, que se plantean el acceso a instituciones y cursos cuya presencia suele resultar diferencial en un curriculum, pero se prevé su popularización masiva en los mercados originales de estas instituciones en cuanto empiecen a ofrecer créditos válidos en el sistema universitario asociados con el seguimiento del curso.
El tirón de la palabra “gratis”, que puede convertirse en un modelo freemium si el estudiante quiere obtener algún tipo de certificación de su participación expedida por la institución, está convirtiéndose en detonante de su popularidad: para un alumno, la idea de aprender de profesores con una reputación fuerte en un tema unida al sello de una institución educativa reconocida puede suponer una propuesta de valor elevada. Para las instituciones, la posibilidad de contar con el acceso directo a un pool de interesados que han mostrado ya un grado de implicación suficiente como para participar satisfactoriamente en el curso ofrece ventajas vinculadas con la venta cruzada posterior, asociado con un modelo de lifelong learning ya considerado prácticamente incuestionable en el entorno en que vivimos y que lleva tiempo siendo impulsado a todos los niveles.
En la madurez del concepto van a intervenir jugadores de diversos tipos. Por un lado, ya existen numerosas plataformas tecnológicas, cuyo atractivo desde mi punto de vista está precisamente en no ser eso, plataformas tecnológicas estructuradas como tales. Utilizar una plataforma concreta que el alumno no volverá a encontrarse en su vida cotidiana salvo que esté participando en un curso supone el desarrollo de un entorno “artificial”: lo ideal es utilizar herramientas estándar, con las que el alumno ya suele tener familiaridad, con barreras de entrada bajas o nulas, y que pueden ser coordinadas de manera laxa, de tipo blogs, foros, Twitter, redes sociales, vídeo, etc. La incorporación de instituciones potentes es un segundo paso que ya estamos viendo, como lo será sin duda la aparición de patrocinadores dispuestos a correr con una parte de los gastos de la participación de profesores y figuras asociadas con el manejo de entornos de participación masivos (moderadores, tutores y gestores de comunidad en general), necesarias a pesar del componente desestructurado del curso.
Sin duda, un tema que va a recibir un elevado nivel de atención, y que es muy posible, dados los demográficos de los lectores habituales de esta página, que pronto os encontréis con algún MOOC como opción en vuestro desarrollo personal. La prueba es más que recomendable, aunque exige un nivel de desarrollo y madurez en los conceptos de aprendizaje que no todo el mundo posee: ninguno de esos que creen que la experiencia de un curso en una escuela de negocios puede ser de alguna manera sustituida por un “pásame los apuntes que ya me los estudio yo” será capaz de entenderlo. El truco es entender “en qué punto tiene lugar la magia”: no en los materiales, sino en dotar a los mismos de una estructura y de una metodología que haga que la adopción de conocimientos tenga lugar inductivamente, “desde dentro”, como una propuesta que se origina en el propio alumno y que este interioriza de manera natural.
Tras veinte años de experiencia en clases de este tipo, uno es casi capaz de visualizar esos “momentos chispa” cuando un alumno conecta con un concepto y lo interioriza gracias a una discusión o una situación de un caso más o menos estructurado al que tú, como profesor, simplemente “le has acercado”. Pasar de ese desarrollo presencial a un entorno online supuso en su momento un reto importante, pero como he dicho en innumerables foros, se superó desde mi punto de vista con nota, y a día de hoy, un curso online o en modelo blended (ideal para reforzar el componente de interacción entre los alumnos) puede ser incluso más potente en términos de aprendizaje y de profundidad de las discusiones y temas tratados que uno presencial: la supremacía de un medio que posibilita interacciones no limitadas por el tiempo de estancia de un grupo de personas en una habitación cerrada. Convertirlo en masivo supone una frontera más, igualmente no fácil de superar, pero que puede generar muchas oportunidades para todas las partes implicadas. Y que definitivamente, seas potencialmente alumno, profesor, institución o patrocinador, vale la pena plantearse.
Pronto, más.
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