08 julio 2012

Posiblemente, el peor directivo del mundo

Vanity Fair incide, en un reportaje en el que analiza la cultura y los intercambios de correos electrónicos dentro de Microsoft titulado Microsoft’s lost decade, en lo que muchos llevamos mucho tiempo diciendo: que la gestión de Steve Ballmer dentro de Microsoft representa un proceso brutal de destrucción de valor, que ha logrado convertir a una compañía innovadora, dinámica y líder con un potencial enorme en un monstruo burocrático, ineficiente y que solo es representativa de lo que la tecnología era el siglo pasado. Que cuanto antes se vaya este hombre a su casa, mejor para la compañía, para sus accionistas, y para el mercado en general.

El artículo es duro, porque revela de manera directa, con fuentes internas y con un buen trabajo periodístico el verdadero problema de Microsoft: una compañía dirigida por un financiero que cree seguir siendo exitosa, pero que tras el comportamiento de su acción, muestra múltiples problemas derivados de una mala gestión. La compañía atesora un talento envidiable, pero la expresión del mismo hacia el mercado se ve atenazada por los problemas de gestión que la prensa especializada lleva mucho tiempo señalando: la gestión de una persona en concreto, el único directivo tan increíblemente incombustible como para resistir el haberse equivocado radicalmente despreciando productos como iPhone o Android y resistiéndose a reaccionar con ese tono de “somos líderes y aquí todo va de maravilla”.

Microsoft es una gran compañía. Con una cultura en muchos sentidos envidiable, un potencial magnífico y capaz de ofrecer mucho al mundo de la tecnología. En infinidad de ocasiones he sido muy crítico con lo que para mí es una estrategia en contra de los tiempos, pero no tengo ninguna duda de que el mercado y los consumidores estarían mejor con una Microsoft dispuesta a volver a marcar tendencias y a competir en condiciones como hacía el siglo pasado: en último término, la competencia siempre es buena para el progreso y para los clientes. Desde hace mucho tiempo, Microsoft ha dejado de ser una compañía relevante. Ganará mucho, pero no marca tendencias ni resulta interesante en modo alguno. Y el problema de Microsoft, lo que se interpone entre esa posible imagen de compañía exitosa y su estado actual de destrucción neta de valor tiene, para muchos, un solo nombre: Steve Ballmer.



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