Me gusta la fotografía, seguramente porque cuando empecé a practicarla tuve que pasarme del tabaco rubio al negro y ahorrar lo indecible para comprarme mi primera réflex (una Praktica MTL5 fabricada en la Alemania del Este que si te caía en un pie, te hacía una avería) y cada compra de una lata de película o de una caja de papel era una decisión cuidadosa… La fotografía digital, obviamente, me pilló en otra etapa de mi vida con un nivel de gasto discrecional diferente, lo que hace que lo disfrutes de otra manera, con cierta sensación de “liberación”.
Mi cámara habitual es una Nikon D70. Relativamente antigua ya al paso que va todo ésto, pero soy de los que se encariñan con una máquina y les gusta encontrarse cómodo con ella y con sus controles. Además, suelo llevar encima siempre conmigo una cámara compacta: durante los últimos cinco años, esa cámara fue una Nikon S6: plana, ideal para el bolsillo del traje, de manejo agradable, con una óptica fantástica a pesar de no proyectarse fuera de la carcasa de la cámara, y con algunas sorpresas entretenidas, como un macro al que, una vez que le pillas el truco, se le puede extraer bastante partido (la práctica totalidad de mis series de flores y de artrópodos están hechas con ella).
Hasta aquí, la separación entre la cámara “de verdad” y la compacta era relativamente clara. Salvo en el caso del macro, la compacta era para “tirar fotos”, para el día a día. Sin embargo, la experiencia al “morir misteriosamente” la S6 ha sido extraña: como primera intención, miré Nikon, porque valoro bastante el estar acostumbrado a los menús y configuraciones. Pero la desastrosa experiencia con la S220 de mi hija, y el hecho de que la de gama alta más parecida a mi S6, la S70, fuese una cámara en la que hay que manejar todos los parámetros en una absurda pantalla táctil (me parece demencial, la verdad, y además hacía desaparecer la ventaja de conocer los controles de la Nikon anterior: en ésta son completamente diferentes), me decidió a mirar otras marcas. Y ahí me encontré con unos Reyes Magos muy majos que me trajeron esta Canon S90, un poco más abultada de lo que habría querido para el bolsillo del traje y de aspecto radicalmente sobrio, pero muy interesante.
¿Qué me llevó a decidirme por ella? Fundamentalmente, la opción de usarla en Manual: dos anillos, uno delante y otro detrás, que permiten manejar los parámetros con la misma sensación que si estuvieses manejando una réflex. La llevo con la configuración que trae de fábrica (se puede camiar), lo que me permite girar el anillo delantero para escoger un diafragma, y el posterior, perfectamente accesible, para decidir velocidad (con un estabilizador, por cierto, muy bueno). En un solo clic, además, tengo acceso a la elección de si utilizar o no flash, del disparo retardado (que uso mucho para algunas cosas), y, tras un pequeño ajuste del menú que se hace en un solo clic, el ajuste de la sensibilidad en un botón customizable. Todos los parámetros que uso habitualmente, con un nivel de accesibilidad comodísimo paa una cámara compacta. Una de las opciones permite poner el histograma en la pantalla, y manejar los parámetros mientras se ve la gráfica, una sensación muy agradable en una cámara de este formato. Además, permite guardar en formato RAW, lo que mejora un montón las posibilidades de tratamiento posterior. La verdad, me ha encantado: modo completamente automático para puro point&shoot sin complicaciones, modos de preferencia de apertura o de velocidad, un macro potente… sin ánimo de plantearme una review completa, que las he visto muy buenas y, junto con la opinión de amigos como Jose Manuel Holguín o Victoriano Izquierdo, me han influenciado bastante en mi compra, mi impresión es que me he encontrado con un punto intermedio muy bien conseguido en el continuo entre compactas y réflex, que puede ser muy interesante. Por ahora la he probado un poco, y la sensación es muy interesante. Veremos como va en el uso diario y cómo resiste “la prueba del bolsillo”…
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