25 septiembre 2012

Foxconn y la paradoja de la manufactura china

Foxconn se ha visto obligada a cerrar su fábrica de Taiyuan, en el norte de China, tras fuertes disturbios en los dormitorios de la compañía con participación de más de dos mil trabajadores. El particular entorno informativo chino suele dificultar el seguimiento y confirmación de este tipo de noticias, pero algunas fuentes apuntan a más de cuarenta heridos, y parece decididamente difícil calificar números de este tipo, como la intervención de cinco mil policías y el cierre total de una fábrica de 79.000 trabajadores (todo indica que la producción se reanudará hoy) como de un simple incidente o pelea.

Algunas fotos y vídeos, de igualmente difícil confirmación, han circulado a través de Weibo, el equivalente chino de Twitter, acompañadas de informaciones contradictorias sobre la causa de los incidentes.

Con más de 1.2 millones de trabajadores, Foxconn es el mayor generador de empleo de toda China después del sector público. Propiedad del Hon Hai Group, empresa taiwanesa, sus clientes principales son empresas de electrónica de consumo de todo el mundo: Acer, Amazon, Apple, Cisco, Dell, Hewlett-Packard, Intel, Microsoft, Motorola Mobility, Nintendo, Nokia, Sony o Toshiba, entre otros. En realidad, Foxconn, además de un fabricante, es el gran ensamblador de piezas del mundo: su negocio consiste mayoritariamente en recibir componentes de plantas en las que son fabricados por lo general con un elevado grado de automatización, y ensamblarlos manualmente en enormes cadenas de montaje, empleando trabajadores cuyos costes laborales unitarios resultan muchísimo más económicos que los de otros países del mundo.

Los problemas laborales en Foxconn están empezando a resultar sistémicos: el pasado marzo hubo disturbios en la misma planta por reclamaciones salariales, en junio los hubo en la planta de Chengdu por temas relacionados con la comida, y todos ellos se unen a una larga historia de explotación, malas condiciones de trabajo e incremento de la tasa de suicidios entre trabajadores que Mike Daisey pintó de manera muy ácida tras visitar algunas plantas de la compañía, noticia que después fue retirada posteriormente en varios medios tras detectar numerosos problemas de falta de rigor en la información presentada. El pasado febrero, tras protestas organizadas en sus tiendas, Apple puso en marcha una auditoría con una asociación independiente para conocer el estado real de dichas condiciones de trabajo, auditorías que también han sido objeto de críticas. Hasta el momento, no obstante, la compañía de la manzana es, de todos los fabricantes de electrónica de consumo, la única que ha tomado la decisión de investigar las prácticas laborales de Foxconn.

Los problemas de Foxconn son, en realidad, un reflejo de la paradoja de la manufactura en China. En el gigante asiático, los bajos costes laborales unitarios llevan a que todo lo que pueda ser hecho a mano, sea hecho a mano, con todo lo que ello conlleva en términos de precio y de calidad. En gran medida, la industria de la electrónica de consumo ha abandonado las inversiones en automatización en la fase de ensamblaje debido a la elevada disponibilidad de mano de obra barata, lo que ha llevado a que desde el origen se diseñe pensando en procesos manuales de ensamblaje. En realidad, se trata de un balance de plazos: a corto/medio plazo, poner a un humano a hacer cosas como ensamblar componentes es más barato que cambiar todo el diseño de dichos componentes para que una máquina pueda hacerlo mejor, y dada la rapidísima evolución del mercado, las economías de escala necesarias no siempre se alcanzan. Los componentes se diseñan para minimizar su coste, no para facilitar su ensamblaje: hay conectores delicados, piezas que deben ser unidas con pegamento, encajes que hacen clic cuando se aplica una cantidad variable de fuerza, y toda una gama de procesos que resultaría más costoso automatizar que hacer a mano, sobre todo si existe incertidumbre en el tamaño de la serie de fabricación en el tiempo. Automatizar el ensamblaje no conlleva simplemente la sustitución de un trabajador por una máquina, es algo que comienza mucho antes, en la fase de diseño. Y en las condiciones del mercado actual, la amplia mayoría de las empresas han decidido optar por procesos manuales.

En el fondo, la discusión va mucho más allá, a la paradoja del desempleo tecnológico, también conocida como “la falacia ludita”. Más allá de llevar la paradoja a su extremo y pensar qué pasaría si todo fuese fabricado por robots y no hubiese trabajadores empleados capaces de comprar los productos producidos, debemos pensar que los trabajadores chinos no son, por lo general, compradores de los productos que fabrican, y sí en cambio los que son pillados en el medio por una paradoja más actual: la fabricación y ensamblaje manual genera cantidades ingentes de puestos de trabajo que permiten elevar el nivel de vida de los trabajadores en mercados como China, a riesgo de relegar al trabajador a un trabajo no cualificado, mecánico, automatizado y empobrecedor. La sustitución de trabajadores por máquinas a mayor velocidad que la capacidad del mercado para absorber esos trabajadores en nuevos tipos de trabajo es particularmente cierto en el caso de China, que por un lado ha sido históricamente la economía más eficiente sacando a sus ciudadanos del nivel de la pobreza, pero por otro mantiene enormes diferencias entre los ciudadanos de áreas urbanas, con acceso a educación y mercados de trabajo dinámicos, y áreas rurales con muy escasas alternativas de desarrollo.

La petición – lógica – de mejores sueldos y condiciones de trabajo en las fábricas se topa invariablemente con unas cuentas de resultados con márgenes calculados al milímetro, en unos mercados en los que un error de calidad o de posicionamiento en precio puede hacerte perder el favor de un público enormemente veleidoso, que se mueve fundamentalmente por modas y percepciones. China es a estas alturas el ensamblador y fabricante de todo el mundo, pero a medida que pasa el tiempo y se va superando el aislamiento informativo de su población, sus ciudadanos y trabajadores empiezan a ser cada vez más conscientes de las contradicciones de una situación difícil de sostener: la distribución de riqueza se torna cada vez más desigual, la cobertura de necesidades como la salud o las condiciones laborales dignas resultan claramente insuficientes, y la conciencia de vivir en una sociedad teóricamente comunista, pero en la práctica mucho más duramente capitalista que la de las tan criticadas democracias occidentales se acrecienta. Una paradoja con muy difícil solución.



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