Este pasado fin de semana estuve visitando algunos museos en Nueva York, y me llamó la atención la política de precios recomendados de los mismos, de la que había oído hablar hace tiempo, pero que no recordaba. En el caso del Metropolitan Museum of Art, por ejemplo, hay un precio publicado para el ticket de admisión general de $25 para adultos, pero se trata de un precio sugerido, que el visitante puede pagar o no: puedes llegar, ponerte en la cola, pedir tu entrada, y decidir que no quieres pagar nada, en cuyo caso te solicitan una donación (que puede ser tan baja como un centavo si quieres) o bien optar por pagar la cantidad que estimes oportuno. En el caso del American Museum of Natural History, el precio sugerido es de $19 por adulto, aunque las exposiciones temporales tienen un precio fijo aparte.
La política de precio sugerido aparece en la información con la palabra “suggested” o “recommended”, y es comunicada claramente en el momento del pago: la persona que está en la caja registradora te lo comenta y te lo explica de una manera inequívoca. El tema se comenta en muchas páginas web: la idea es plantear el precio como una contribución al funcionamiento del museo como tal, no como un coste de acceso a sus fondos culturales. Y a pesar de que los museos en general en Nueva York tienen una cierta imagen de caros y de que ha habido recientes incrementos, discusiones y debates sobre el precio en algunos de ellos, el sistema, que lleva instituido desde 1970 en el caso del Metropolitan, funciona satisfactoriamente: según me han informado, la mayoría de los visitantes pagan el precio sugerido, algunas personas – típicamente estudiantes – descienden de ese nivel o no pagan nada, algunos pocos pagan más, y los visitantes habituales suelen optar por hacerse socios. El precio de las entradas no llega para cubrir los costes del museo (calculados en torno a los $40 por visitante), y el remanente es financiado mediante donaciones y fondos públicos.
Los modelos de pricing son un tema fascinante, con connotaciones muy interesantes en los bienes culturales o en aquellos productos o servicios en los que dicho precio se puede interpretar como una contribución a su funcionamiento, diferencias marcadas por variables sociodemográficas, de tradición, etc. Modelos como el de Flattr, que intenta facilitar el pago de pequeñas cantidades a aquellas páginas web que estimas que te han aportado algún valor (estableciendo un fondo mensual que es dividido entre todos los sitios en los que has decidido aportar), creado por Peter Sunde, parecen estar avanzando más bien lentamente en su implantación, tal vez perjudicados por una falta de vinculación directa con el precio pagado (el concepto de “cuánto he aportado” se ve de alguna manera diluído desde un punto de vista psicológico entre el difuso número de veces que el usuario hace uso del botón en los diversos sitios que visita a lo largo de los períodos computados) y la necesidad de recargar la cuenta en cada período. Tal vez modelos de este tipo, de precio sugerido o recomendado, vinculando un abanico versátil de esquemas de pago fáciles y seguros, podrían tener buenas posibilidades de popularización.
Recuerdo un experimento de Jason Kottke en el año 2005 en el que participé por curiosidad y que funcionó al menos durante un tiempo, pero aunque se planteaba con objetivos muy claros y transparentes, no tenía una sugerencia de importe explícita. Posiblemente esa, la sugerencia o recomendación razonada, pueda jugar un papel importante al no dejar el concepto de donación al libre albedrío – a riesgo de ser percibido como demasiado alto o demasiado bajo – y al permitir un balance psicológico inmediato de valor recibido frente a precio pagado. El caso es que este modelo de voluntariedad / responsabilidad de los museos de Nueva York me ha resultado bastante sugerente en ese sentido.
(Enlace a la entrada original - Licencia)
Joder, que interesante. De verdad.
ResponderEliminarQuiero mas.