08 septiembre 2012

Hablando sobre privacidad, en ABC

Andrea C. Fernández, de ABC, me llamó para preguntarme sobre la evolución del concepto de intimidad, al hilo del turbio asunto de la concejala de Los Yébenes, y hoy cita algunos de mis comentarios en su artículo titulado “Intimidad bajo mínimos en la era de internet” (pdf).

Al hilo de este tema he recibido varias llamadas de medios, en las que he intentado no hablar específicamente del asunto en cuestión, un tema muy ligado a las circunstancias de la persona sobre cuyos entresijos no puedo obviamente tener la menor idea (en realidad, ni yo ni nadie más que los directamente implicados), pero sí extraer algunas conclusiones sobre el uso de la red, el sentido común, la seguridad o la evolución de la privacidad.

Las conclusiones generales me parecen casi obvias: uno, si algo puede resultarte embarazoso, incómodo, doloroso o meterte en un problema, no lo guardes ni lo envíes sin cifrarlo convenientemente (y menos aún a través de medios inseguros como WhatsApp). Es más, si es un material sensible para ti y no vas a saber o querer tratarlo como tal, plantéate no crearlo.

Dos, el nivel de sensibilidad depende mucho de tu proyección pública: dado un incentivo suficientemente elevado a la revelación de un secreto, no existen medios capaces de prevenirlo: como acertadamente decía Gene Spafford (Spaf),

“The only truly secure system is one that is powered off, cast in a block of concrete and sealed in a lead-lined room with armed guards – and even then I have my doubts”

(El único sistema verdaderamente seguro es aquel que está apagado, metido en un bloque de hormigón y sellado en una habitación forrada de plomo con guardias armados – y aún así tengo mis dudas)

Y al tiempo que escalan los incentivos, también lo hace la magnitud potencial del daño provocado (aunque este pueda ser igualmente doloroso, al menos en lo personal, cuando somos unos desconocidos y quien ve lo que no estaba previsto que viese es un reducido grupo de personas).

Tres, el derecho al olvido no existe, ni aunque Olvido sea tu nombre. Una vez puesta en circulación la información, seguirá ahí, y empeñarse en eliminarla o en que no circule es tan banal como matar al mensajero.

Cuatro, este no ha sido el primero ni va a ser el último caso de este tipo. Ni sabemos cuáles son las circunstancias específicas, que pueden ir desde un descuido o un problema de relaciones personales, hasta una sofisticada conspiración internacional empleando a expertos espías del Mossad para exponer el material (y en estos casos, tiendo a otorgar más probabilidad a las soluciones más simples), ni va a ser el único caso en cualquiera de sus variedades. Veremos más descuidos, más casos de problemas personales que terminan en violaciones de la intimidad, y más casos de ataques organizados destinados a obtener dicha información. Es, simplemente, un signo de los tiempos y un reflejo de la cualidad inherente a los bits: el ser condenadamente escurridizos.

Cinco: lo verdaderamente preocupante no es que las amenazas a la intimidad vengan de nuestros descuidos, de nuestros amigos o de nuestros enemigos, sino que vengan de nuestro gobierno. En este momento, los temas vinculados con la privacidad en la red que tendrían que estar copando los titulares de los medios son los relacionados con la monitorización de las personas y con las leyes que se están dictando en ese sentido. Eso es lo verdaderamente importante, una amenaza ante la cual debemos plantearnos incluso la posibilidad de redefinir y reescribir los mismísimos protocolos de internet.

Y seis: nos hallamos, como comento en el artículo, ante un replanteamiento drástico y generacional del concepto de privacidad. Los jóvenes no están locos ni llevados por la insensatez de su juventud, simplemente son distintos, como es lógico cuando han nacido y crecido en un entorno diferente a aquel en el que crecimos nosotros. La mayoría de los jóvenes verían este asunto, si les interesase lo más mínimo, como algo inicialmente desagradable, pero inofensivo. Sinceramente, me preocupan, me ofenden y me avergüenzan infinitamente más las imágenes de los energúmenos vociferantes de Los Yébenes a la salida del pleno municipal que el vídeo de la concejala en cuestión. Como sociedad, deberíamos hacernos mirar mucho más eso que lo otro.



(Enlace a la entrada original - Licencia)

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