Interesantísimo conjunto de lecturas al hilo de las consecuencias para los Estados Unidos de una economía basada en empresas de alta tecnología como Google, Facebook o, especialmente señalada en este caso, Apple: hasta qué punto puede confiarse el desarrollo de un pais a empresas que son habitualmente mucho menos intensivas en mano de obra que la industria tradicional, y qué consecuencias tiene de cara, especialmente, a un problema que en los Estados Unidos ven con creciente preocupación: el desempleo (ahora mismo un 9%… ¡anda que si ven el nuestro!)
Los artículos que me han llamado la atención son los siguientes:
- “Cloud centers bring high-tech flash but not many jobs to beaten-down towns“, en The Washington Post, al ver las cifras del nuevo datacenter de Apple en Carolina del Norte: más de mil millones de inversión, una enorme extensión de terreno… pero tan solo cincuenta nuevos puestos de trabajo creados en una de las zonas del país más azotadas por el desempleo, con una tasa superior al 10.5%. A partir de aquí, el tono va creciendo:
- “The country’s problem in a nutshell: Apple’s huge new datacenter in North Carolina created only 50 jobs“, en Business Insider
- “We don't need more tech giants like Apple“, en CPG
- “Steve Jobs and America’s decline“, en The Economist
La línea general parece de primer curso de Economía, pero esconde tras ella la gran paradoja de las economías desarrolladas: los más de sesenta mil puestos de trabajo directos creados por Apple no están únicamente en los Estados Unidos, sino distribuidos por todo el mundo, y a estos se suman en forma de empleo indirecto muchísimos puestos de trabajo en manufactura en países con bajos costes laborales unitarios, en China y el sudeste asiático. Pero las cifras son las que son: entre Apple, Amazon, Google y Facebook en su conjunto, hablamos de un total de 113.000 puestos de trabajo, un tercio de los que una sola compañía, General Motors, tenía en su plantilla en 1980. Si los Macs, iPods, iPhones y iPads que Apple produce tuviesen que ser fabricados en los Estados Unidos a precio de hora de trabajador norteamericano, prácticamente nadie podría siquiera pensar en comprarlos.
¿Generación de riqueza? Indudable. Millones de productos basados en tecnología norteamericana y fabricados por una empresa norteamericana son exportados y utilizados en todo el mundo. Hace un par de semanas evocaba en Expansión la comparación de España con Corea del Sur, una economía similar en tamaño y población que se inclinó por el desarrollo y promoción de la industria tecnológica, y que disfruta ahora, convertida en la sexta mayor potencia exportadora del mundo, de un crecimiento económico envidiable y de un desempleo sumamente bajo.
Las dinámicas de generación de riqueza son a veces sumamente complejas. Todo gobierno regional desea intensamente atraer inversión tecnológica: Apple recibió incentivos fiscales de $46 millones de dólares para que instalase su datacenter en Carolina del Sur, y el caso no es en absoluto aislado, sino norma habitual. Pero a cambio, la riqueza que se genera vinculada a esta actividad no es, decididamente, en forma de puestos de trabajo, sino en función de variables mucho más difusas y a más largo plazo: imagen asociada al progreso tecnológico, interés por formarse en puestos relacionados, convertirse en una ciudad relevante en ese sentido, y ser capaz de atraer a otras compañías. Indudablemente, existen beneficios, pero no tienen demasiado que ver con la pauta de generación de riqueza tradicional que mostraban las empresas intensivas en mano de obra “de toda la vida”.
En un mundo globalizado, las empresas desarrollan su I+D donde tienen buen acceso a talento, su fabricación en donde tienen acceso a costes laborales unitarios bajos, y pagan sus impuestos donde les ofrecen mejores ventajas fiscales. Y cada país orienta su posicionamiento para competir en lo que pueda o decida competir: en formación, investigación, desarrollo y calidad de vida para el trabajador intelectual, en sueldos bajos de trabajadores manuales, en ser agresivo en ventajas fiscales, o en otro tipo de factores similares. La capacidad para construir entornos capaces de cristalizar alguna de esas ventajas – pensar en varias de ellas es un reto sumamente complejo – depende de factores múltiples: universidades y centros de investigación capaces de atraer talento y mano de obra especializada, crecimientos demográficos elevados que brinden mano de obra manual, políticas fiscales capaces de ofrecer ventajas en un entorno cada vez más globalizado… las variables ya no son tan sencillas y unívocas como antes.
Negar las ventajas de ser capaz de atraer a la industria tecnológica parecería digno de Ned Ludd. No, en un datacenter, nos pongamos como nos pongamos, no hace falta la misma cantidad de gente que hace falta en una cadena de montaje de automóviles, del mismo modo que en una fábrica de textiles cada telar podía hacer el trabajo de muchos trabajadores manuales. Pero también es claro que la revolución industrial trajo un apreciable incremento en la renta media, en el nivel de vida y en las condiciones de las personas. Parece claro que cristalizar esas ventajas que no surgen en la manera tradicional exige un ejercicio de adaptación muy importante, para nada sencillo, y que no da frutos de manera inmediata. Pero que resulta enormemente necesario hacer.
(Enlace a la entrada original - Licencia)
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