09 diciembre 2012

Apple, el Made in USA y sus posibles consecuencias

Las recientes declaraciones de Tim Cook en su larga entrevista con Business Week (de lectura muy recomendable) al cierre de su primer año en el cargo, haciendo referencia a una próxima inversión de cien millones de dólares destinada a fabricar en los Estados Unidos algunos modelos de su Mac, variando la política que había mantenido hasta ahora, ha generado muchísimos comentarios, y creo que con mucha razón.

El movimiento ha sido calificado como una operación de marketing, como una manera de responder a una de las críticas más habituales a la marca. Pero en realidad, va mucho más allá: hablamos de un cambio de tendencia que puede llegar a ser, en el medio plazo, de una importancia descomunal, casi como una reedición de lo que fueron las consecuencias de la Revolución Industrial.

Con los números en la mano, los cien millones de dólares mencionados por Cook no suponen gran cosa en unas cuentas de Apple con más de 156.000 millones de dólares de facturación. Los costes de ensamblaje suponen menos del 5% sobre el precio final de un ordenador portátil, muy poco más que el coste de enviarlo por avión. El valor de este tipo de productos está, en realidad, vinculado a su contenido en semiconductores, y excepcionalmente en otros productos de elevada especialización, como el cristal especial utilizado para su superficie. En el caso de Intel, hablamos de plantas de producción en Oregón, Arizona, Nuevo México, Israel, Irlanda y China. En el de Corning, que fabrica el Gorilla Glass utilizado en alrededor del 20% de los aparatos de este tipo, se fabrica en la ciudad de su mismo nombre, Corning, en Nueva York.

El auge de la fabricación en China y en el sudeste asiático en general fue debido de manera prácticamente exclusiva a la explotación de los bajos costes laborales unitarios (CLUs). En China, todo lo que puede ser hecho a mano, es hecho a mano, con todo lo que ello conlleva. Por un lado, hay maniobras en los procesos de fabricación que resulta más sencillo y económico hacer a mano, particularmente cuando tienen que ver con materiales flexibles o ajustes variables finos que una persona puede hacer fácilmente, pero que resulta muy complejo parametrizar en el caso de un robot. Por otro, el porcentaje de errores termina siendo mayor cuanta más intervención humana directa hay en el proceso, lo que redunda en una presión para automatizar lo más posible. La propia China y sus principales fabricantes son conscientes del avance de este proceso, y han comentado ya sus planes para una automatización progresiva y reemplazo de un significativo porcentaje de sus más de 1.2 millones de trabajadores por robots.

La paradoja resultante es clara: si sustituyes trabajadores baratos por robots aún más baratos, la ventaja vinculada a los bajos CLUs desaparece en gran medida, lo que convierte en razonable el traslado de los procesos de ensamblaje a tu país de origen. Más si con ello mejoras elementos como la comunicación y coordinación, y reduces además riesgos como la fuga de información, la copia de diseños o el abastecimiento de mercados paralelos. Visto así, el movimiento de Apple puede tener mucho más sentido que el de ser una operación de marketing o de responsabilidad social corporativa, y tendría grandes posibilidades de convertirse en el inicio de un desplazamiento global. No olvidemos que hablamos de Apple, seguramente la mayor expresión de empresa control-freak que la raza humana ha construido en toda su historia, y esos factores son precisamente los que un traslado del ensamblaje a los Estados Unidos podría contribuir a mejorar notablemente.

La tendencia tiene implicaciones potenciales mucho más profundas de lo que parece. Por un lado, lo que en China es una opción, en los Estados Unidos o en las economías occidentales resulta a todas luces una obligación: una fábrica dedicada al ensamblaje de productos en un país occidental será, con total seguridad, una auténtica “ciudad de robots”, con la intervención humana reducida al mínimo imprescindible. Por otro, podríamos estar hablando de un trasvase global de procesos productivos con un importantísimo alcance macroeconómico, una alteración de fondo de las economías que hoy balancean cuestiones como CLUs frente a peso y logística.

Las razones que llevan, por ejemplo, a que España sea una potencia en fabricación de automóviles, han sido abundantemente estudiadas: una combinación de CLUs más bajos que su entorno cercano, combinados con unos costes de logística razonables para abastecer mercados importantes, unidos a otras ventajas inherentes al llamado riesgo país, como la estabilidad política, o las políticas de incentivos o ventajas fiscales de diversos tipos. Hasta ahora, esas ecuaciones estaban perfectamente bien calculadas, pero todo indica que podrían alterarse en los próximos tiempos. En el caso de nuestro país, se cuenta con ingeniería solvente y con tradición en robótica como para convertirse en un socio interesante para procesos de fabricación con un alto componente de automatización, factores que, unidos a la pertenencia a la Unión Europea y a una imagen razonablemente buena de país avanzado, podrían tener, en la nueva deriva que podríamos vivir de los procesos productivos a nivel mundial, una importancia fundamental. En ese sentido, el movimiento de Apple, una empresa con amplia capacidad y recursos para experimentar, podría ser una verdadera alerta temprana.

Los ensayos de Apple con la fabricación en los Estados Unidos tienen, vistos así, mucha lógica. Por una parte, demuestra sensibilidad al hacerse eco de una de las principales reclamaciones de sus usuarios,y se integra en una corriente de orgullo y apoyo por los productos fabricados dentro de las fronteras del país. Por otro, pone en práctica los que podrían ser sus nuevas fortalezas: unos procesos de producción intensamente automatizados, que la empresa controlaría de manera directa, y en los que podría aplicar curvas de aprendizaje con efectos potenciales muy positivos. Y a todos los efectos, los países harían bien en prepararse para jugar un papel en ese posible nuevo escenario económico en el que la ultra-automatización se dispone a jugar un papel preponderante.



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