Empecé a trabajar en IE Business School hace ya veintidós años, en septiembre de 1990. Había terminado mi MBA allí mismo hacía pocos meses, y me había metido en ese lío sin estar completamente seguro de ello: uno de mis mejores y más queridos profesores durante el curso, Jose Mario Álvarez de Novales, me había convencido de que yo podía funcionar bien como profesor allí, y que aunque no era normal incorporarse al claustro recién salido del MBA, no debía preocuparme porque lo haría bien. Así que, a pesar de que personalmente había descartado la docencia cuando salí de la universidad, probé. En aquel momento, IE Business School, conocida entonces como Instituto de Empresa, eran tan solo dos edificios en la calle María de Molina, en pleno centro de Madrid.
Veintidós años después, el ranking más prestigioso de nuestra industria, el del Financial Times, nos califica como la mejor escuela de negocios de Europa (ver revista completa en pdf). No en un programa o categoría concreto, sino en su informe anual en el que promedia los resultados obtenidos por las principales escuelas de negocios europeas en los rankings parciales de programas MBA, Executive MBA, Masters in Management y cursos de Executive Education. En el importante. Con una metodología impecable, que incluye no creerse nada de lo que como institución les cuentes, sino investigarlo todo por sí mismos, a partir de encuestas a alumnos, ex-alumnos, empresas, etc. Sin posibles comentarios descalificatorios ni sospechas de nada, porque hablamos de un trabajo periodístico complejo, una metodología aceptada como imparcial, y un resultado coherente que deja dos evidencias claras: una, lo importante no es estar arriba de todo (aunque sea una maravilla), sino mantenerse ahí, estar siempre en la zona superior. Y dos, la educación de postgrado en España goza de muy buena salud – tres escuelas españolas en el top ten) y es una de esas industrias de las que, en estos tiempos de crisis en que parece que todo va mal, debemos presumir como país.
Hoy no hablo de tecnología. O sí, porque la tecnología ha sido una parte muy importante en que las cosas en esta institución hayan salido y sigan saliendo como están saliendo. Pero como espectador privilegiado y modesto participante en el cambio que hemos vivido en IE Business School a lo largo de estos años, no quería dejar pasar la oportunidad de comentarlo. Es una de esas entradas que si no escribes, no te sientes a gusto, y después de todo, esta página nunca ha dejado de ser un blog personal. Hablo de la escuela en la que me formé, de la que invirtió y arriesgó pagando mi doctorado, y en la que me he dejado las pestañas dando clase, evolucionando como profesional y persona: no me pidáis que sea objetivo. De una escuela en la que me encuentro a gusto porque siento que valora lo que hago, porque noto que los temas a los que me dedico y que predico constantemente son importantes y deben ser tratados como estratégicos. Que me da una libertad de cátedra que muchos consideran envidiable y otros llegan incluso a considerar una amenaza. Que considera al cliente como una obsesión, y en la que las encuestas de satisfacción determinan de manera clarísima qué profesores seguimos dando clase, cuáles no lo vuelven a hacer sin pasar por procesos de formación, o cuáles deben dejar de hacerlo. En una escuela que cuando empecé estaba en dos edificios, y hoy tiene dieciocho locales en el barrio de Salamanca en pleno centro de Madrid, algunos de ellos edificios enteros de ocho plantas, un campus en Segovia con una iglesia gótica en su interior que usamos como Aula Magna y que alberga el que para mí es el mejor y más provocativo proyecto de educación universitaria de nuestro país, un campus online hiperactivo e ilimitado, y clubs de antiguos alumnos en todo el mundo. No siempre eres consciente de los cambios en la empresa que trabajas cuando estás metido en su día a día. En el caso del IE, sí. La ves cambiar y evolucionar todos los días. Hacemos programas nuevos, estructuras nuevas, cosas distintas
Se me ocurren mil cosas que cambiaría en el IE. Si dependiera de mí, haría que algunas evoluciones fueran más rápidas, fiaría muchos más temas a la adopción de nuevas herramientas, habría cosas a las que daría menos importancia, otras a las que les daría más… y seguramente me equivocaría. Las decisiones en la empresa en la que trabajo nunca han estado especialmente centralizadas. Siempre he tenido la impresión de que me pedían opinión para aquello en lo que podía tener algo que aportar, a pesar de mi insistencia por no ser directivo y centrarme en mi labor como profesor. Trabajar en el IE es agradable, porque no tiene una cultura estructurada ni jerárquica. No hay “usted”, no hay miedos reverenciales, o puestos vitalicios. Ya no es como cuando entré y nos reuníamos todos cada viernes por la mañana en un aula de tamaño medio, ahora te cruzas constantemente por el campus con personas que no conoces… pero se mantiene un “clima de empresa pequeña sin serlo”, de poca burocracia considerando que somos un montón y muy difíciles de gestionar. Una escuela completamente independiente, no vinculada a ningún grupo religioso ni político, en la que tienes compañeros con todo tipo de creencias en absolutamente todos los sentidos, y en la que cada clase parece una asamblea de la ONU. La verdad: un gusto.
Ahora viene el saborear el tema. En veintidós años tienes tiempo de conocer el sitio, de que te salgan canas, y de que quien se convirtió en tu mentor se vaya y lo eches muchísimo de menos. Ahora es cuando te empiezas a dar cuenta de que te vienes a Limerick a una charla de la EFMD, y de repente pasas de tener una charla ordinaria a hacer la plenaria de apertura, y que todo el mundo habla contigo porque estás en la escuela que está ahí, arriba de todo en el ranking, en la que se supone que algo estaremos haciendo diferente. Cuando llegué a UCLA en 1996 para hacer mi doctorado, a algunos de mis profesores no les sonaba conocida la escuela en la que trabajaba. Cuando me fui en el 2000, ya habíamos aparecido en algunos rankings y ya nos tenían situados. Ahora, todos en la industria saben quiénes somos y dónde estamos, e intuyen que algo estamos haciendo bien.
No es mal momento para parafrasear la frase final de “Memorias de África“:
“A Jose Mario le encantará saberlo. Tengo que acordarme de decírselo”.
(Enlace a la entrada original - Licencia)
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Si después de hacer tu comentario este no aparece, no se trata del espíritu de Dans que anda censurando también aquí, es que se ha quedado en la cola de aceptación. Sacaré tu mensaje de ahí tan pronto como pueda, si bien el supersistema este tampoco me avisa de estas cosas, por lo que tengo que estar entrando cada cierto tiempo a ver si hay alguno esperando. Un inventazo, vaya.