16 diciembre 2012

El hobbit, la mejora tecnológica, y la tenaz persistencia de la costumbre

La decisión del director neozelandés Peter Jackson de rodar su nueva película, The Hobbit: an unexpected journey, íntegramente en digital y a cuarenta y ocho imágenes por segundo (frames per second, o fps) para ser exhibida preferentemente en High Frame Rate 3D está generando una discusión interesantísima, que a menor medida ya tuvo lugar cuando aparecieron en el mercado las primeras televisiones con ratios de refresco de imagen de 100 Hz.

En Business Week critican duramente la película, y afirman que el uso de la citada tecnología provoca que la película se vea como “hecha en casa” con cámaras de aficionado. En Fast Company se preguntan hasta qué punto tan avanzada tecnología ha arruinado la película, o si realmente la película será capaz de iniciar una revolución de películas rodadas a 48 fps.

El fenómeno es un caso claro de persistencia de la costumbre. Durante generaciones, nos hemos fabricado un gusto basado en una limitación tecnológica: el estándar de 24 imágenes por segundo fue escogido hace casi cien años por los cineastas de la época fundamentalmente debido al elevado coste del celuloide. El número de imágenes por segundo debía ser suficiente como para que la persistencia de la retina humana permitiese ver una imagen continua, pero gastando la menor cantidad posible de celuloide, y las 24 imágenes por segundo cumplían adecuadamente esa misión. Las imágenes proyectadas, para las que los espectadores de la época carecían prácticamente de comparables, han sido lo que durante generaciones hemos adoptado como estándar cinematográfico: nos hemos acostumbrado a que, sencillamente, “el cine se ve así”. Es distinto a la realidad, pero lo vemos “natural”, nos parece un atributo intrínseco del cine. Entrecomillo “natural” precisamente por eso: porque lo natural es que la realidad no transcurra a 24 fps.

¿Qué ocurre con las primeras televisiones con ratios de refresco de 100 Hz.? Que muchos espectadores se quejan de que lo que ven en ellas tiene un aspecto “poco televisivo”, como si fuera “un teatrillo”, como si estuviese rodado “con una cámara barata”. La realidad es exactamente la contraria: a ese ratio de refresco, las imágenes se ven mejor, pero ese “mejor” es, para muchos, “demasiado bueno”. En mi casa tengo desactivada la función de 100 Hz. en contra de mi voluntad por decisión de mi mujer, que es la que gobierna sobre la televisión (y sobre muchas otras cosas, pero para qué vamos a hablar de ese tema :-) En el cine, al bueno de Peter Jackson le está pasando exactamente lo mismo: su película se ve “demasiado bien”. Las imágenes son enormemente nítidas, infinitamente más reales, lo que los angloparlantes definen con la palabra “crisp”. Pero para muchos espectadores, profesionales y críticos, eso “no parece cine”.

En mi caso, adoro ese nuevo aspecto. No solo por ser un enamorado del avance tecnológico, sino por una historia más personal. Durante más de tres cuartas partes de mi vida viví con una fuerte miopía, que se estabilizó en torno a las diez dioptrías, y de la que decidí operarme en 1998. La operación fue tan exitosa que me dejó una visión prácticamente perfecta, y recuerdo de manera especialmente viva como yo carecía completamente de ningún recuerdo de semejante calidad de visión: durante toda la vida que era capaz de recordar, mi mejor visión corregida no se parecía en nada a cómo era capaz de ver de la noche a la mañana. De repente, de una manera absolutamente asombrosa, las mujeres eran más guapas y los paisajes más bonitos, y yo iba como un idiota con los ojos completamente abiertos por todas partes, literalmente alucinando con lo bonito que me parecía todo. Tardé bastantes días en acostumbrarme a que, en realidad, “el mundo era así”, y no como lo había estado viendo los treinta y tantos años anteriores. Desde entonces, cuando veo algo rodado a mayor calidad en televisión o en cine, evoco aquella sensación de que “la realidad no era como yo la veía, sino mucho mejor”. Y en mi caso, no había ningún botón ni ningún momento en el que mi percepción volviese a degradarse para parecerse a la anterior: me pasará lógicamente con los años, pero de manera gradual y difícil de percibir.

Lo que vemos el cine no es la realidad. Es el cine. Se ve diferente. Es, sencillamente, cómo nos han contado durante generaciones que debía verse el cine, en función de un criterio de limitación tecnológica y de contención de costes de producción. Protestar porque esa percepción de la realidad a través de la ventana de la pantalla mejora bruscamente puede sonar muy romántico, muy “fiel a la tradición”, pero no es más que la persistencia de la costumbre, la tenaz resistencia a cambiar algo a lo que estamos muy acostumbrados. En este caso, además, el cambio es más complicado, porque a un lado y a otro sigues teniendo películas y contenidos rodados con la tecnología convencional, y lo nuevo es lo que percibes como diferente.

La sensación es todavía más fascinante desde un punto de vista tecnológico si consideramos que la queja de muchos espectadores es que tienen la sensación de que aquello se ve “como si lo hubieran hecho con una cámara casera”. Hablamos del fenómeno de la curva de calidad: la mejora tecnológica es tan rápida, que la tecnología que los consumidores adoptan en el mercado de consumo puede superar la que está en uso en mercados profesionales, sujetos a mayores resistencias al cambio. El resultado es que a muchos espectadores, la película les parece como si estuviera hecha en vídeo, y la percepción que asimilan es la de una calidad menor, no mayor. La percepción de calidad se identifica con lo que el cine les ha ofrecido hasta ese momento, no con el cómo de parecido es el resultado a la realidad.  No todos los cines emitirán “The Hobbit” a 48 fps, solo aquellos que técnicamente puedan hacerlo, y a muchos, sin duda, les va a costar acostumbrarse al cine a 48 fps. Entrar en cuestiones de  gustos en este caso es trivial, pero si tienes la oportunidad de ver la película como debe ser, no te gusta, y no crees ser capaz de acostumbrarte a la nueva calidad que la tecnología permite, piensa que, en realidad, estás dejándote influenciar ni más ni menos que por una cuestión de costumbres arraigada durante generaciones, y motivada por una limitación tecnológica y de contención de costes. Estarás prefiriendo algo objetivamente peor, porque te han acostumbrado a que “es como debe verse”, porque así los cineastas del pasado ahorraban dinero en celuloide.

Tecnológicamente… fascinante.



(Enlace a la entrada original - Licencia)

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